¿Por qué la música nos emociona?

Este argentino afincado en Canadá es uno de los principales expertos mundiales en el estudio de cómo el cerebro procesa la música.

El año pasado demostró que una melodía puede despertar sentimientos de euforia y deseo, al igual que la comida o el sexo.

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Estudios neurocientíficos demuestran que la música tiene la capacidad de cambiar el estado de ánimo al activar cada uno de los estructuras del cerebro. Se han realizado experimentos en los que la actividad de prácticamente todas las estructuras emocionales del cerebro ha sido modulada por las emociones estimuladas por la música. La música es capaz de despertar el núcleo de las estructuras cerebrales creativas de nuestro universo emocional.

Escuchar música activa las áreas del cerebro encargadas de la imitación y la empatía. Son las zonas donde se encuentran las neuronas espejo que actúan reflejando las acciones e intenciones de los demás como si fueran propias. De esta manera podemos sentir el dolor de los demás, su alegría, su tristeza,… Quizá por eso la música es capaz de alterar nuestras emociones y crear lazos sociales; porque nos permite compartir sentimientos.

Sonido, música y emociones

Presencia o ausencia, el sonido pocas veces nos será indiferente. A excepción de los sonidos de la naturaleza, como la lluvia, el agua de una cascada o el sonido del mar, los sonidos de nuestro entorno pueden influir en nuestro bienestar, contribuyendo a ello o, por el contrario, generando un intenso malestar.

“Los estudios de música y emociones son ahora un área de investigación consolidada en las universidades”, afirma Jaime Serquera, doctor en tecnología musical, profesor del Conservatorio Superior de Música de Castellón y colaborador de la ‘Iniciativa de investigación sobre acúfenos’. “A diferencia del ejemplo de la bailaora Marta C. González, podemos encontrar piezas musicales que evocan recuerdos con un contenido emocional muy negativo”, recuerda.

«Suena bien, pero no me dice nada»

«Esta es la primera demostración de que los opioides endógenos en el cerebro están directamente involucrados en el placer musical», dice el psicólogo Daniel J. Levitina. Algunos de los asistentes también dijeron que su canción favorita ya no lo hacía sentir como antes.

Lo que les hizo la naltrexona fue bloquear el 80% de los llamados receptores opioides mu y delta. Estos son elementos de las neuronas a las que se unen los opioides. Ya sean endógenos (endorfinas, encefalinas o dinorfinas) o exógenos (opio, morfina, heroína…). Al bloquearlos, gran parte del sistema de recompensa del cerebro se apaga. No se liberan las sustancias que provocan bienestar, pero tampoco las que generan dolor o angustia. De hecho, los investigadores descubrieron que cuanto más les gustaba a los participantes la emotividad de sus canciones, más les permitían escucharlas fríamente bajo el hechizo de la naltrexona. Afortunadamente, la indiferencia por la música duró lo que duraron los efectos de la droga.

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